No niego que me gustan las hormigas
No niego que el cosquilleo en la piel
el ascenso continuo
el roce de sus patas
escarban túneles
caen al plato de un caldo de cabeza
hirviendo
recién servido
No niego que me gusta su llegada intempestiva
su irrupción en las madrugadas
su invasión en mi cocina
en mis sábanas rojas
en las cuencas de mis ojos
No niego que me gusta que se cuelen en recovecos
que quepan donde les plazca
que salgan y que entren al unísono
con escudo o sin él
que entren como niñas desvalidas
cálidas
sedientas de caricias
No niego que me gusta
que sean duras de matar
que sean constantes
que se vayan cuando las echan
y que lleguen cuando las llaman
Y sin embargo las hormigas no saben
que el verano atrae hormigas
porque ofrece azúcares y néctares
frutas jugosas, grandes, carnosas.
Crea y evapora humedades
Levanta espejismos
Oasis imaginados, sumergidos
Calienta cerebros y los revienta
Los arroja a la ilusión de construir castillos cristalinos
allí donde solo pueden verse sitios eriazos
allí donde solo hay olor a basura, a podredumbre
a cáscaras de fruta descompuesta y llena de moho.
Quizás las hormigas se conforman con poco
O creen que han llegado a la tierra prometida
Allí donde podrán ser felices y harán felices a otras hormigas
Allí donde comerán fruta fresca, recién caida.
No niego que me gusta la ingenuidad de las hormigas
Y sin embargo niego
Y digo que si y que no solo por vanidad
por la defensa de una libertad a la que he sido arrojada
y que tampoco niego que me gusta
Quizás no sea este su hormiguero
Quizás no sea este el hombro a escalar
Quizás se arrepientan, quizás sufran
Quizás sea buena la marcha atrás
La prudencia, la templanza
Quizás al hormiguero le queda grande el título
O le da miedo derrumbarse
Y asfixiar con su peso a las dañadas hormigas
Que ya tienen bastante
con haber nacido vestidas de duelo.